La oscuridad luce negra
y cubre con su manto de frío
a un corazón escarchado,
ya divino, ya maldito.
El sol se ha puesto sobre el ave
y abrasada pierde el alto vuelo,
siete ramas como espinas
han quebrado todo su cuerpo.
La luz yace tendida
sobre una seda púrpura y radiante.
Una fiera desgarra el hilo
y la maltrata entre
sus fauces.
La oscuridad se cierne ansiosa
de recuperar su presa antigua
y amedrenta con sus ojos
hasta el aire que respira.
Se durmió para siempre rendida
la flor que si antes azucena
ahora arbusto y de rosas espinas,
llenas de dolor por espuelas.