Me soltó de sus manos.
Me olvidó la vida,
y probé lo amargo
de las despedidas.
Me acarició el corazón
y escrutó una herida.
Se acercó a verlo:
Sangraba sin vida.
Obedecí al temor
y alargué los dedos
y de la manzana podrida
los gusanos salieron.
Gozaron los dioses
del castigador verbo.
Me negó su manto.
Se rasgó mi pecho.
¡Alma perdida y cobarde,
Que toda lengua viva
se muera al besarte!
¡Esencia y perfume de moras,
Que todos tus males
te quiebren las hojas!
Amé como brisa al alba,
a su voz tan limpia y clara
que llamaba a mis toscos leños
y construía empalizadas.
Salía el verso loco,
vivía en su mirada.
Calló como un craso tronco,
murió en su vaída cascada.
Vulgaridad, hábil y medrosa
vino a romper el jarrón de rosas
cedió el labio al aire
y se ahogó por pasión de flora.
Lloró la tierra el agua
que la luna vertía roja.
Yo soy esa luna punzada,
rebosante de luces engañosas.