jueves, 12 de enero de 2017

Un mundo aparte: Colisión




Negro, todo se cubrió de oscuridad tiempo ha. Recuerdo cómo mamá me abrazaba cuando lloraba por no querer ir al colegio, allí no estaba segura. Notaba sus miradas de desprecio hacia mí cuando me veían llegar con ese olor a champú de bebé y aquellas camisetas ajustadas que no dejaban dudas sobre mi evidente exceso de grasa. Yo era unas ojeras y unos dientes amarillos que solía irritarse con facilidad cuando me agredían verbalmente. Nunca supe enfrentar la presión con inteligencia como haría años después. Quería huir, no volver a entrar en esas pequeñas aulas para insectos carnívoros y herbívoros donde sólo sobrevivían los más fuertes. Yo era herbívora, débil y asustadiza. Necesitaba contar que con sólo diez años sabía lo que era una depresión porque estaba viviéndola, que las niñas me parecían tan atractivas como los niños cuando sonreían tímidamente, que cuando llegaba a casa sólo quería estar en un pequeño cuarto asfixiante para no ver a nadie y llorar tranquila, que no era fuerte ni tenía suficiente valor como para sobrevivir sola, sabía lo que era la soledad y me aterraba vivir siempre así.
Ahora ya no me aterra, con diecinueve años nos conocemos sobradamente y nos hemos acostumbrado la una a la otra. Me aterraba con diez años porque quería vivir, soñar, reír y en cambio ahora siento comodidad y sosiego pues mi meta difiere mucho de aquellos días. Me hice mayor demasiado pronto y lo negué a capa y espada forzando en mí lo que observaba en los demás como: cosas de niños, cosas de pre-adolescentes, cosas de adolescentes...y me cansé como se cansa el payaso de contar chistes, como se cansa la prostituta de que la humillen por veinte euros. Cambié como los árboles de hoja caduca, llegó el otoño y se me cayeron hasta las ramas. Y allí se quedaron inermes en el suelo todas mis hojas: Hojas esperanzas, hojas sueños, hojas alegría, hojas futuro, hojas vida.


Parte II



Primer cuatrimestre del primer año de carrera y los problemas se han agolpado de tal manera que se me hace imposible respirar. Estoy ciega como los protagonistas de José Saramago, hambrienta como Tántalo, furiosa como Hera y ...es ridículo vivir en un mundo al que no le importa nada en absoluto si tienes hambre, si estás feliz o si tienes un insomnio que provoca una serie de catastróficas consecuencias cada día que avanza.

Somos una carcasa que espera ser decorada de forma tal que consiga agradar a alguien que no necesariamente seamos nosotros, examinan el material por fuera y nos compran si les interesa. Somos esas piezas que habitan en un puzzle de cristal donde tenemos que diseñarnos de forma que encajemos para que éste se complete perfectamente. Si te toca ser pieza central no podrás tener ningún lado informe, por ejemplo. Mi puzzle soy yo misma y tengo que recoger las piezas que se estrellan contra el suelo cada día, ponerles pegamento y apretar para que simulen encajar pero no siempre lo consigo y en ocasiones, cuando caen no tengo fuerzas para inclinarme y recogerlas. Permanezco rota, quieta, perdida.

Febrero ha llegado para instalarse fuerte en mi corazón, demasiada suciedad me salpicó todo este tiempo atrás y ahora que un nuevo mes da comienzo por alguna razón desconocida siento que dejará de salpicarme o de lo contrario acabaré ahogándome con toda la inmundicia de esta  necrópolis cuyas tumbas tienen flores de plástico y todas exactamente iguales.
Las reuniones amistosas no llenan el vacío que tiene mi carcasa, si tuviera una. ¿Por qué todos tienen tantos problemas, se quejan y no hacen nada por solucionarlos? El quiebre de una uña no puede ser un motivo sólido para tener que llorar y lamentarse durante días y verse incapacitado de realizar las tareas domésticas. Una ducha fría en invierno no es razón lógica para una anemia que realmente sólo es fatiga por sedentarismo. ¿Con tanta mentira y tanto exacerbado sufrimiento cómo pretenden forjar amistad entre ellos? Y sin embargo para mi sorpresa me incluyen en ese círculo de envidia y compasión cuando es evidente que yo no pertenezco a esa hermandad de sueños rotos y penitencias eternas. (Siempre sola) Retumba en mi cabeza, empiezo a sentir terror ¿Otra vez? Creía que había aprendido a sobrevivir sin nadie excepto mi propia existencia de semicadáver latente.
Demasiado irreal como para pertenecer a mi mundo. Se corromperán, ensuciarán y mutilarán entre ellos tarde o temprano. Voy a observar muy de cerca, quiero conocer las debilidades que construyen la sociedad tal y como es.

Estoy rodeada de gente y sin embargo me siento tan sola como cuando salgo a pasear en la noche y me vuelvo distante como los astros o inmaterial como la tristeza. Nada me conmueve, nada me impresiona, estoy anclada a mi letargo de infortunio y miseria. En esta noche de febrero podría estar haciendo cualquier otra cosa y sin embargo estoy en esta sala, inquieta sin parar de levantarme para que no sólo mi cuerpo, sino también mis pensamientos se aireen. Cuantas risas de plástico, cuanto contacto falto de sinceridad, cuantas palabras carentes de significado. Todo se esfuma en el tiempo al igual que nuestras vidas desprovistas de seguridad y protección ante los colmillos de cientos de manadas de lobos que esperan atacar en cuanto bajes la guardia. No seré yo una de sus víctimas esta noche, será esa rata de cloaca que debía tres mil euros en cocaína a su camello. Ratas, animales infectos, plagas de enfermos.

Y justo cuando no puedo seguir fingiendo y estoy apunto de ser descubierta por alguno de los presentes me retiro apresuradamente a un dormitorio. Cálmate, sigue jugando en esta partida de ajedrez y podrás volver a la prisión una vez más sin ser interrogada acerca de tu estado anímico hoy. -Me digo a mí misma mientras busco la quietud en el espejo que me refleja. -

- ¡Y entonces el clamor del cielo irrumpió sobre las poderosas yeguas de Diomedes y partió a las salvajes fieras en dos! Y así es como Platón llegó a ser presidente de Macedonia. -Grito mientras me dirijo de nuevo a la sala donde todos están esperando a que continúe la disparatada afirmación que acabo de soltar, sus rostros llenos de complicidad y comodidad me tranquilizan. Ningún escándalo se avecina con mi necesidad de soltar estas insensateces, están acostumbrados y me gusta.

- ¿De quién es esa voz de anuncio? -Pregunta alguien buscando con su voz la mía sin saberlo. Pensé que pasaría desapercibida como siempre.
- Soy yo, supongo. -Contesto antes de que esa voz insista y provoque la ruptura del coloquio entre todos los cadáveres del lugar.

Quien diría que aquella fría noche de Febrero donde mi desprecio por todos y todo superaba cualquier atisbo de amabilidad, haría menguar mi inmisericorde visión del cementerio plastificado en el que vivía y salvaría a alguien de aquel precipicio en el que colocaba de forma automática a todos y cada uno de los muertos. (También ella me salvó a mí sin saberlo).
Nadie me anunció que caería atrapada en un puzzle que no era el mío, que saldría de mi inminente fin en el enfermizo cementerio, que encontraría mi lugar y saldría de la espiral inversa de mi escuálida vida.


Fue ...
tan inesperado ...

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