lunes, 9 de enero de 2017

Un mundo aparte: Heridas




Gris, la infancia ya ocurrida que mis años dejaron atrás. Sin embargo aún noto como persiste la pesadilla que fue para mí aquel día en que exaltada y empapada en sudor me desperté gritando ese nombre: Marina Inmaculada.
¿Y quién era ella? ¿Por qué tal terror cuando aparecía su rostro en mis gélidos sueños?
Ella sabía que la odiaba, sí, y sentía un rechazo innato hacia todo lo que completaba su ser.

Ella era yo, ahora todos lo saben.

PARTE I

Hoy es un domingo de paletas grises, escalas descendentes hasta llegar al negro que se manifiesta bruscamente en las noches, justo cuando no pueden distinguirlo entre la oscuridad propia del mundo. Salgo a pasear con mi gabardina negra y mi sombrero de jubilado gruñón y con mis pasos contemplo la fría estación de invierno en las calles de este lugar tan solitario y lleno de gente. Están vacíos, ellos no pueden sentirme y me camuflo entre las sombras del desprecio y la suciedad de la ciudad. Se escuchan algunos gemidos de parejas que se follan sin amarse, ella probablemente esté pensando en cómo va a jugar sus cartas para estar con ese otro chico de metro noventa que conoció en la discoteca y le ofrecía la posibilidad de sexo desenfrenado en encuentros ocasionales y gime de placer al pensarlo mientras el chico imagina que esa mejor amiga a la que lleva años queriendo tirarse está en ese momento encarnada en ese cuerpo y se retuerce de placer por él.
Me producen náuseas. Son repugnantes.
Avanzo calle arriba en línea recta por esa misma acera y una luz un poco más adelante me deja adivinar que a las tres y cinco de la mañana, hora actual, alguien tampoco puede conciliar el sueño. Se escuchan llantos mientras me voy aproximando. Es una mujer, cuarenta kilos de piel y hueso -Debería cerrar esas preciosas cortinas blancas- que se duele por no ser lo que las grandes marcas esperan de ella, cuando le dicen qué ha de hacer para estar guapa y aparentemente saludable todos y cada uno de los anuncios televisivos, etiquetas, vallas publicitarias, compañeras de clase, profesoras, vecinos, amigas, desconocidos, enfermedad.
Nada la salvará de ella misma.
Sigo caminando, un estremecedor viento amenaza con aterir mis huesos pero apenas puedo sentir nada, en medio del caos de la noche sólo se siente un vacío inmenso, abismal y continental que cava una fosa profunda en el silencio de la madrugada, empezando por el cielo estrellado. ¿No es hermoso? Se puede distinguir el ruido natural del mundo cuando todos callan, esa hormiga que muere desorientada expulsada de la colonia en la que enferma, no lograba llevar beneficios para todos. Yo soy como ella, soy expulsada del jardín del Edén por no saber cómo satisfacer a los demás y me quedo aturdida mientras veo mi vida pasar sobre mí. El tiempo que se va nunca se recupera y corre en nuestra contra, mañana tendré la piel un poco más envejecida y aparecerá una grieta en alguna parte de mi rostro que anunciará la llegada de una vejez futura de la que nadie escapará. No existe crema que cure la vejez, no existe operación que consiga que vivas cien años más. Todo son mentiras que nos obligan a incluir en nuestras vidas como si fuese nuestro documento nacional de identidad. ¿Somos auténticos o sólo somos usados para satisfacer intereses?
He estado apunto de tropezarme con una lata de la marca Coca-Cola que algún adolescente seguidor del tipo de música que le permite acercar su pelvis con la pelvis de alguna chica ha dejado tirada después de ser usada. Está abandonada, esperando a que alguien la recoja y la lleve a su destino que...¿Cuál es ese destino? Esa lata nunca perecerá, podremos morir todos y esa estúpida lata seguirá ahí, convertida en residuos contaminantes para el planeta. El consumismo en masa nos enterrará a todos junto con el hedor de la fornicación y la corrupción sociopolítica de cada individuo. Nadie está libre de su destino.
He tenido suficiente por hoy, volveré a ese lugar al que por convención he de llamar casa. Yo antes tenía una casa en la que vivía junto con mis padres y una habitación en la que estuve pudriéndome durante intensos años, como aquella manzana incrustada en el hediondo cuerpo de Gregor Samsa, sin embargo aquí también me licúo cual cadáver. Antes de entrar al edificio encuentro sentados a dos chavales en el tranco del portal, quizás estén ebrios o atormentados por haber violado a esa chica de vestido rojo  y tacones altos que les dirigió una sonrisa encantadora. El arte de la seducción se define en el tiempo que te toma tener a alguien bajo el control de tus manos y tus caderas. No saludaré antes de entrar, no significan nada para mí.
El chico rubio de la derecha alza la cabeza en busca del origen del ruido de llaves mientras su amigo aún sigue conmocionado por la noche y no se mueve ni un centímetro. El rubio ha visto la decadencia en mis ojos, el asco en mi rostro y sabe que no es un buen momento para entablar cualquier contacto con esta mujer de diecinueve años cansada de existir en un mundo de mierda. Se aparta y deja que entre con la mesura que me precede. Esta noche no usaré el ascensor, quiero tardar en cruzar el umbral de la puerta de mi falso hogar al que suelo llamar prisión en mis pensamientos.
Un ambiente salado y agrio me recibe con los brazos abiertos pues la soledad siempre está dispuesta a abrazarte y cuanto más desanimada te nota más fuerte ataca tu cuerpo y tu alma, si es que yo tengo de eso.
Al fin ha amanecido, lo sé porque a pesar de habitar un dormitorio sin posibilidad de luz natural, los vecinos del piso de arriba empiezan a discutir, nunca tienen suficiente, nunca basta. El reloj ha dado ya las siete y veinte, tengo cuarenta minutos para llegar a tiempo a la universidad, territorio hostil repleto de personas mugre y otras tantas cadáveres. Estamos en la morgue esperando fuera a nuestros  médicos forenses para meternos cada uno en nuestra cámara frigorífica cuya identificación son apellidos, nombre y una serie de números que devoran nuestra esencia de humanos y nos convierten en eso, datos, estadísticas, cuentas... sólo somos un montón de números.

-¿Qué tal la mañana chicos? Odio madrugar, a estas horas sólo un café calentito alivia la dura pena de asistir a esta pedante clase. - Ahí está, la delegada de clase, una joven alta delgada y con el cabello largo y lacio de color avellana que estaría dispuesta a chuparle la polla a cualquier profesor con tal de obtener matrícula y regresar a casa de sus padres con unos números que hablan por ella y la definen como una excelente estudiante, será el orgullo de la familia, tendrá unas idílicas vacaciones...Zorra mentirosa. Tu mundo es una mentira aún más grande que las hazañas académicas que dices tener, carroña de pederasta.

-Yo estoy pensando en hacer huelga para que nos quiten horas lectivas de encima, ¡que no podemos más! - Y aquí tenemos al compañero que es un revolucionario y un rebelde delante de un público cuando se abre el telón y no es capaz ni de mantener la mirada a ningún profesor más de diez segundos, su inseguridad le delata pero le gusta esa chica que se sienta a su lado y quiere cautivarla siguiendo el modelo de hombre viril que la sociedad establece y se adhirió en su cabeza como correcto.
Demasiado triste.

Cada uno tiene un papel en esta función y no puede salirse de los esquemas que lo representan pero ¿dónde quedo yo? Ah claro, yo soy la extra de la obra, la que no encaja y tiene que estar fuera mirando, escuchando y callando. Nunca seré como ellos quieren que sea, no tengo dignidad pero todavía tengo la habilidad de pensar y no dejaré que la obtención de unos números mayores de cuatro se conviertan en todo lo que deseo en mi vida durante lo que dure el curso. Sé que voy a suspender porque son las personas normales las que logran esas cosas, la gente como yo vive en un agujero hobbit, medita y espera a que le llegue su hora con entusiasmo y ansiedad. 

Al fin han terminado las clases por hoy, los lunes son insoportables con tantas horas de prácticas, no comprendo que obliguen a los alumnos a realizar siempre todos los ejercicios en grupo, unos sólo callan y copian lo que el líder de ese grupo de cuatro está dictando y otros hablan de cómo le sangran el bolsillo a sus padres los fines de semana con cada borrachera. Se supone que esto promueve el trabajo en equipo y la cooperación y colaboración de varias ideas en común para sacar una única. Ellos creen que lo hacen bien, nunca se paran a pensar en cómo funcionan las cosas.
Patéticos.

Hoy me iré a la prisión antes, no me apetece hablar con esas hormonas con cara de personas que sólo piensan en ellos mismos y sus propios intereses. Hedonistas natos de carencias y faltas que suplen sus problemas con fingidas personalidades dentro de pretenciosos círculos de más personas embuste.
Yo no soy como ellos, no me representan sus modelos de sociabilidad o sus modas efímeras sin rumbo.
Y así tropezará el lunes con el martes y volveremos dentro de siete días al mismo punto en el que estamos. En un edificio sótano al Este de la desdicha, entre el miedo y la opresión, colocándonos nuestras batas de muerto cada mañana con olor a muerte preparados para ingresar en la ya acostumbrada silla cámara frigorífica de las aulas morgue.

Tan decadente...

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