Ay de las aves del cielo, tan negras y malvadas
ellas dicen cambiar su plumaje y diurnas son perladas.
Esas que trapaceras envuelven en su manto
al gorrioncillo más vulnerable para matarlo.
Que Dios os perdone por tanto dolor pálido.
De los gemidos de algún jilguero
se queja una rapaz obscura,
la codorniz hace el silencio
y el colibrí se arranca sus plumas.
Una loba salvaje del lugar reclama:
La luna de la noche estrellada me pertenece
pues yo danzo sus brillos blancos
y mato por ella cuando apetece.
Han perdido su alma en el camino
susurra entonces un poeta.
Así a surcos van los muy necios
buscando presas que mueran quietas.
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