lunes, 6 de marzo de 2017

La primera daga




El pecho que se infarta
condenado a morir
resiste otra flecha.
Tal vez la última.

- Nunca me iré-
estalla en su faringe
con el espacio años luz entre su espalda y el te quiero,
y toda su intención llevada como una cruz.

Los sueños favoritos, pesadillas.
Las dagas amorosas, filosas cuchillas.
Nada que sentir, todo por temer,
por última vez.

Si tuviese corazón ella lo habría devorado,
porque no hay batalla si no hay dos bandos
ni hay amor si no puedes sentirlo
como tantas cosas que no se sienten cuando estás vacío.

Eres injusta, no tienes ojos
y yo te he dado los míos junto a mis armas.
¡Déjame morir, ingrata cazadora!
 Agujero con el que he de convivir,
tu existencia en mi memoria
y atada a existir con tu boca distante
y mis cuencas anegadas, tu alegría.

Fantasmas escucho
y sus carcajadas a buena hora venidas
sentadas a contemplar a mi yo en esta escena ridícula.
El viejo suelo eran arenas, debí saberlo.

Ahí viene la tristeza, bienvenida
allí la locura, buenas tardes
¡oh! y tu indiferencia... buenas noches.

Ella no sabía luchar, obligada por su linaje inexacto
y perdería la lid entre decadencia y desacato
como perdió tantas cosas en el pasado.
Prometida con la vida, anclada al dolor profano
no podría huir con sus flechas
una última vez.

Ahí viene su corona, denle su aplauso
y paseen su rostro por todo el estado
pues véanla bien: dio su corazón
y lo apuñalaron
por primera vez.




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